jueves, 25 de febrero de 2010

AVENTURAS CON ESGUINCES

Esa noche salí con Rosi, mi hija.
Ibamos charlando. Estoy segura que un segundo antes del cuerpo a tierra, cuando manos extendidas adelante, resbaló mi pie derecho sobre un baldosón que parecía encerado (eso lo vi después) la ví dos metros por detrás mio _Mamá!! ¿Estás bien?
_ Si si _decía yo, intentando levantarme.
Empezamos a reírnos como locas porque no podía levantarme y por lo fuera de lugar de mi comentario...: _ Me habrán visto todos...
_ ¡Mamá!! pero si no hay nadie!!
Eran las 10 de la noche y hacía mucho frío. Miré a mi alrededor y no se veía un alma.
Las lágrimas no me dejaban moverme pero no eran de dolor sino de risa por la espectacularidad de la caída y el planchazo de todo mi cuerpo sobre la acera.
El cuerpo estaba caliente con la caminata y no me dolía nada.
Cuando logré enderezarme me di cuenta que no podía apoyar el pie.
Como pude llegué a mi casa.
Esa noche pasé hasta altas horas de la madrugada en la sala de urgencias del hospital.

Fuimos en taxi con mi hijo y su novia que fue quien insistió en que me viera un médico enseguida porque el pie se había hinchado, a pesar de los baños de contraste que me prepararon intentando aliviar el dolor.

El taxista que nos llevó parecía mudo o que estuviera cumpliendo con una abstinencia voluntaria de charla como las monjas de clausura. Yo tampoco estaba para muchos comentarios.

Dos esguinces fue el diagnóstico, vendaje y reposo la indicación médica.

Y de vuelta a casa en otro taxi.
Esta vez, nos tocó en suerte, un conductor charlatán de esos que ya están hablando antes de que subas, cuando todavía no le has dicho a dónde quieres que te lleve.
No es que ahora pretenda excusar mi actitud ante este hombre que intentaba hacernos más placentero el viaje o anestesiarnos, emocionalmente hablando, para que no nos doliera tanto la tarifa que nos cobraría más tarde.
Como por la boca muere el pez, el chofer me miró (yo iba adelante, con él) y me soltó a boca de jarro:
_ ¿Es argentina?

Yo, que me pongo de mal humor cuando he dormido poco y máxime ese día que estaba dolorida, no se me ocurrió mejor idea que hacer un comentario, lo que digo siempre en rueda de amigos cuando me preguntan si soy argentina:
_No, no soy argentina, tengo una neurona más, soy uruguaya.

Se hizo un silencio mortal dentro del taxi que no se cortaba ni con tijeras, como dice mi amiga Ale.

El conductor, demostrando una entereza impresionante para esquivar puñaladas verbales, fruto de la experiencia adquirida en tantas horas de rodaje llevando una variedad infinita de especímenes humanos, dijo con suavidad:
_Soy argentino, de la provincia de Jujuy.

Menos mal que en ese momento nos detuvimos ante la farmacia de guardia para recoger
los Aines (me gusta más que antiinflamatorios no esteroides) que me había recetado el galeno, porque la mirada que me echó mi hijo antes de bajar del taxi, valió más que mil palabras o más que una puñalada verbal.

Se ve que el conductor era un todo terreno. Hizo caso omiso de mi desacertado comentario
y haciendo gala de su verborragia natural, nos relató toda su vida, creo que desde el momento de su nacimiento.
Veinte años llevaba viviendo en España

Me encargué de demostrar que escuchaba interesada toda su historia, mientras iba planeando como subiría la escalera de mi casa con las muletas.

. Como tuve que frenar mi ajetreo habitual y acostumbrarme a dejar pasar el tiempo, me dediqué
sobre todo a leer. Así que como en esta quincena ya he leído todos los libros pendientes que me faltaba devorar, “Los otros”, “Los pilares de la tierra”, “El si de las niñas”, “La joven de la perla”,
mi hija que es mi proveedora de libros ha debido recurrir a la biblioteca pública, donde tiene su ficha personal con derecho a préstamos. Por ella he disfrutado otras bellezas literarias que no conocía como las del escritor uruguayo Mario Levrero entre otras, “El lugar” y “París”.

Obligada a permanecer en reposo voy dejando pasar el tiempo del sofá a la cama, en muletas y hasta en una silla de ruedas que consiguió mi hermana, para que no me dolieran los brazos y el pie sano por ir saltando por la casa como una rana.

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